La fresa presumida
Había una vez en un huerto de frutas una fresa que a pesar de ser la más bonita del huerto, estaba triste.
Ella creía que aquellas pecas que tenía la hacían fea y no sabía cómo sacarlas, todo el día miraba por encima suyo como los tomates también eran rojos y con la piel bien lisa y los pimientos y las sandías, todos tenían unas pieles muy bonitas sin granitos ni pecas!
Decidió que pediría ayuda a un caracol para que le limpiara la piel:
- Buenos días señor caracol -dijo la fresa-.
- Buenos días fresita bonita -le respondió-.
- Quería pedirte un favor, ¿te importaria pasearte por sobre mi piel para limpiarme estas pecas horribles que tengo?
El caracol se extrañó mucho que le pidiera aquello, pues si se le paseaba por encima la estropearía y seguramente, ¡no podría evitar darle algún mordisco!
- Esta fresa presumida ¡no sabe lo que dice! -pensó el caracol-.
Entonces se acercó una mariquita y le dijo:
- Fresa, he oído que pedías ayuda a un caracol. Te has vuelto loca, no ves que ¡se te comerá!
- Prefiero arriesgarme que seguir teniendo estas pecas que me hacen tan y tan fea.
La mariquita se sorprendió y le dijo:
- Pues yo pienso que eres muy bonita, pues muchas frutas querrían tener el color que tú tienes, ser tan dulce y tener una piel tan perfumada... Cuando tú sales, ¡eres la envidia de la huerta! Además, estas pecas son las que otro día te servirán para poder hacer más fresas, ¡son tus semillas!
La fresa se lo pensó mejor y la verdad es que encontró que aquella mariquita era muy bonita y eso que también tenía pecas y era roja.
Con este cuento os quiero contar que todo lo que forma nuestro cuerpo es parte de nuestra personalidad, debemos cuidarlo y no arriesgarnos para ser de otra manera, pues entonces dejaríamos de ser nosotros mismos para convertirnos en otra persona. Lo mejor que podemos hacer es potenciar lo que más nos gusta de nosotros mismos y que seguro que ningún otro niño o niña tiene.
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